Recorriendo tierras incas
Mi viaje empezó desde el Aeropuerto Internacional Matecaña con escala en Bogotá y luego rumbo a la capital peruana de Lima. Arribé a eso de las 5 am, hora local, con algo de cansancio pero también con la deliciosa certidumbre de hallarme en una tierra donde encontraría dos de las cosas más significativas que busco en un viaje: diversidad gastronómica y maravillas arquitectónicas de toda índole. La mañana fue recibida con un desayuno continental muy propicio para reponer fuerzas. Luego marchamos hacia el centro de Lima y tuve la increíble ocasión de conocer su cultura; sus numerosas catedrales, museos y sitios que hablan de su historia colonial, son toda una experiencia. Los guías que apasionadamente te cuentan la historia de la ciudad, te transmiten ese sentimiento de amor y sentido de pertenencia por sus monumentos, calles, iglesias y plazas. Después de unas horas de empaparme de toda esta historia y cultura en la capital, tomamos rumbo a la ciudad de Cuzco. La emoción se agolpaba en nuestros pechos. El viaje de Lima -Cuzco tomó más o menos una hora. El gélido aire de la ciudad me recibió como un gesto andino para vincularme a la nueva realidad: la altura y el frío cusqueño en cualesquier instante pasarían cuenta de cobro con el consabido “soroche” o mal de altura, de tal modo que un delicioso y caliente te de coca se presentó como bebida irrecusable para el aclimatarme a las nuevas condiciones. Luego, un gorro, una bufanda y unos mitones me serían de inestimable ayuda para iniciar mi recorrido por la ciudad. Mi primera impresión fue la de hallarme en otra época, las casitas que enfiladas una tras otra conservaban esa identidad particular, mezcla de lo colonial y de lo incaico, así me lo hicieron saber. Cada recodo de la ciudad resaltaba a la vista con un nuevo descubrimiento, tallas de piedra antigua, mujeres ataviadas con pintorescos trajes resguardando celosamente antiquísimas tradiciones, calles empedradas, restaurantes, museos y catedrales a la vuelta de cada esquina. Me di entonces a la tarea, mi cámara fotográfica disparó de aquí allá, mi paladar aún tiene el regusto de los deliciosos platos típicos de la ciudad; lo único que se necesita es de muy buen tiempo para disfrutar a sus anchas de todo lo que ofrece este hermoso lugar.
Pero los alrededores de Cuzco me tenían preparada una sorpresa mayúscula. En un cerro donde se puede dominar la vista de la ciudad, se encuentra el centro ceremonial y arqueológico de Sacsayhuamán, una verdadera muestra de la impresionante arquitectura y cultura inca. Nomás acercarnos logré sentir la magia que atesoraba el lugar entre sus grandes muros de piedra. Espectacular, esplendorosa, inquietante… son sólo algunos de los adjetivos que puedo utilizar para referirme a esta maravilla inca. Y luego, como remate de lujo a esas emociones, dirigimos nuestros pasos hacia Machu Picchu. Sólo el hecho de llegar a la cima de la montaña desde donde se observa toda la ciudadela, causa una gran y agradable ansiedad; después de ello, bajar y observarla en su magnitud, es algo increíble. Por algo es considerada como una las siete maravillas del mundo moderno. Tan sólo iniciar el recorrido de la mano de los guías que se sienten enamorados de sus ancestros y de sus tierras, pensé en cómo debieron hacer aquellos antiguos pobladores para construirla, para levantar sus viviendas, sus terrazas de cultivo, para vivir en aquellas alturas, alejados de otros pueblos. Para mí fue un sueño hecho realidad; todo el sacrificio de las madrugadas y el viaje en bus por las escarpadas y serpenteantes carreteras de montaña, bien que valieron la pena. No me cabe pues duda alguna, es un sublime y hermoso lugar lleno de sonidos e imágenes: los aromas, el paisaje y el ruido del río Urubamba que nos llega desde el valle…, todo es atrapante. Para todos los que logren ir a Perú y recorran estos tres destinos, les recomiendo: respirar profundo y tomar ese aire puro y místico que se siente en la atmósfera. ¡Es lo mejor que le puede pasar a uno en la vida!